miércoles, 30 de marzo de 2011

Don Florencio Sánchez, otro vecino ilustre de Banfield

El fundador del teatro rioplatense y autor de relevancia en Latinoamérica vivió en una casona hoy desaparecida, que compró gracias a la venta afortunada de ”Barranca abajo”.

Hace pocas semanas, repasamos la vinculación de Julio Cortázar con Banfield, barrio donde vivió buena parte de su infancia.
Hoy recordaremos el paso de otro gran escritor, fundador del teatro rioplatense y autor de relevancia de la escena latinoamericana: don Florencio Sánchez.
También esta re c o – nocida personalidad de la cultura vivió en Banfield, en una amplia casona hoy desaparecida. Nació en Montevideo en 1875, en una familia humilde.
Ya de chico mostró una personalidad inquieta, sensible por la cultura popular. En su juventud se sumó al Centro Internacional de Estudios Sociales y creó su primera obra de teatro, “Puertas Adentro”, en 1897.
Compartió esta faceta con el periodismo y se destacó como cronista en varias publicaciones uruguayas. Decidió “cruzar el charco” y vivió fugazmente en Entre Ríos, Rosario hasta llegar a Buenos Aires.
En la Argentina escribió la mayor parte de sus obras, estrenadas sobre todo por la compañía de los hermanos Podestá. Consiguió llevar a escena una veintena de piezas en un breve lapso de seis años, desde 1903, en que estrenó la inolvidable “M’hijo el dotor”, hasta 1909, con la última de ellas, “Un buen negocio”.
La incipiente tradición escénica local y las corrientes teatrales europeas le dieron los fundamentos de su fuerte realismo, congruente con su postura ideológica y su gran capacidad de observación.
Se propuso llevar a la escena un panorama de la realidad rioplatense en el que se visualizara la problemática social y sus derivaciones éticas. El resultado de sus planteos fue amplio y matizado.
Abarcó desde el submundo del hampa “La tigra y Moneda Falsa” (1907), hasta las clases altas “Nuestros hijos y los derechos de la salud (1907); desde la realidad rural “El desalojo” (1906), hasta la urbana, en algunas de sus mejores piezas como “En familia y Los muertos” (1905).
Se enamoró de una chica entrerriana, Catalina Raventós, a quien llamaban “Catita”. Decidió ponerse de novio, pero los padres de ella se oponían por el inestable y mal remunerado oficio de periodista del pretendiente.
Es recordado el argumento que utilizó el joven Florencio ante esa familia: “Por el momento, no dispongo de lo necesario para mantener un hogar, pero nos casaremos cuando sea célebre”. Y no se equivocó.
En 1903 escribió y estrenó su mayor éxito, “M’hijo el dotor”. El 25 de setiembre de ese año se casó con Catalina y sus padrinos de boda fueron José Ingenieros y Joaquín de Vedia.
Gracias a la venta afortunada del manuscrito de “Barranca abajo”, Sánchez compró la casa en Banfield, la que compartió con su esposa y con su prima Isabel y con su hermano menor Alberto “el Gurí”, quien con el tiempo será igualmente dramaturgo y sainetista y se casara con una hermana de Catita.
La casona de Banfield tenía un gran parque y muchos animales silvestres, entre otros, una calandria y una garza amaestrada. En el teatro de Sánchez hay una intuición de la psicología del ambiente, del lenguaje y el ritmo teatral.
Sus sainetes trajeron elementos nuevos: disminuyeron el elemento folclórico y acentuaron la humanidad de los personajes humildes en la lucha por la vida.
Una de las obras que marcaron el inicio de su éxito en la Argentina fue “El canillita” (1903), cuyo protagonista era un joven vendedor de diarios.
Al popularizarse la obra, este fue el apodo que tomo el oficio de los jóvenes que voceaban y vendían los periódicos. Obviamente, Sánchez no pudo mantener el ritmo tan acelerado de los últimos años y, fatigado y enfermo, se refugió en la estancia de su primo Joaquín Sánchez para descansar.
Desde allí envía la carta a Scarzolo sobre su dolencia de corazón que pronto puede hacerle “crepar”, aunque esa no fue la enfermedad que lo llevaría muy joven a la tumba. Florencio, en 1909, puedo realizar su sueño de un viaje a Europa.
Es conocido el afán de los autores latinoamericanos y sobre todo los rioplatenses de la generación del 80, por conocer el Viejo Continente.
Para un dramaturgo como Sánchez, los nuevos escenarios además le permitirían encontrar nuevos temas y ambientes para su teatro.
Después de vivir sin mucho dinero en ciudades italianas y francesas, enfermo de tuberculosis, murió a las 3 de la madrugada del 7 de noviembre de 1910 en el Hospital de Caridad Fate Bene Fratelli de Milán, donde había estado internado cinco días antes por una bronquitis en el pulmón izquierdo.
El 21 de enero de 1921 sus restos mortales llegaron a Montevideo y fueron llevados al Panteón Nacional. Pero lo dicho, don Florencio Sánchez, padre del teatro Rioplatense, dejó su marca en Lomas de Zamora.

Las cuatro visitas que hizo Eva Perón a Lomas de Zamora

Recorrió el Distrito para la inauguración de la Escuela Normal de Banfield y encabezó un acto de extensión del agua. También vino de sorpresa a Temperley, y a la reanudación del tranvía.

En varias oportunidades, a través de este contacto semanal en las páginas de La Unión, compartimos hechos históricos, anécdotas más o menos conocidas de Lomas de Zamora, donde hombres y mujeres tuvieron incidencia destacada.
Por cierto que muchas de esas menciones estuvieron relacionadas directamente con vecinos notables, personas que dejaron su marca en nuestra comunidad.
En este caso no se trata precisamente de alguien que haya vivido en Lomas, pero sí de alguien muy importante, una mujer que marcó una época trascendente de la Argentina y que seguramente fue la más conocida en el exterior.
Pero como esta columna está dedicada a reflejar hechos importantes ocurridos en Lomas, hoy nos ocupamos de las cuatro visitas que una personalidad destacadísima de la política nacional hizo a esta ciudad: María Eva Duarte de Perón.
Fueron cuatro pasos que dio “la abanderada de los humildes” y a los que ya nos referiremos, pero antes vamos a repasar datos biográficos de Evita.
El nombre de Eva fue cambiando con el tiempo. Su nombre de bautismo fue Eva María Ibarguren como surge del acta parroquial.
Sin embargo desde niña fue conocida como Eva María Duarte y así fue inscripta en la escuela de Junín. Una vez en Buenos Aires, Eva adoptó el nombre artístico de Eva Durante que cambiaba con el de Eva Duarte.
Al contraer matrimonio con Juan Domingo Perón en 1945 su nombre legal fue establecido como María Eva Duarte de Perón. Después de que Perón fuera elegido presidente, tomó el nombre de Eva Perón, tal como fue denominada su fundación. Finalmente, a partir de 1946, aproximadamente, el pueblo comenzó a llamarla Evita.
Con respecto a su nombre, ella misma dice en “La razón de mi vida”: “Cuando elegí ser Evita, sé que elegí el camino de mi pueblo. Ahora, a cuatro años de aquella elección, me resulta fácil demostrar que efectivamente fue así. Nadie, sino el pueblo me llama Evita. Solamente aprendieron a llamarme así los descamisados.
Los hombres de gobierno, los dirigentes políticos, los embajadores, los hombres de empresa, profesionales, intelectuales, etc., que me visitan suelen llamarme Señora, y algunos incluso me dicen públ icament e Excelentísima o Dignísima señora, y aun a veces Señora Presidenta.
Ellos no ven en mí más que a Eva Perón. Los descamisados, en cambio, no me conocen, sino como Evita”. Bien, ya como Primera Dama, Evita visitó Lomas de Zamora en cuatro ocasiones.
En 1948, estuvo al frente de la inauguración de la Escuela Normal de Banfield, el edificio que ocupa una manzana en Manuel Castro, Monteagudo, Las Heras y Azara.
Unos meses más tarde, volvió a nuestro barrio para encabezar un acto mediante el cual se habilitó una extensión de las redes de agua corriente en el barrio Laprida.
En parte de su recordado discurso del 26 de junio de 1948, Evita señaló: “Mis queridos descamisados de Lomas de Zamora, con profunda emoción vengo por segunda vez a esta simpática ciudad, trayéndoles una obra del Plan Quinquenal por la cual brega tanto nuestro querido Presidente, el General Perón.
Esta obra que hoy se inicia debía haber estado realizada hace ya 50 años. Pero el General Perón, que está en la Casa de Gobierno trabajando y luchando, va poco a poco realizando todo lo que el pueblo argentino necesita, no solo en lo material sino también en los moral y espiritual”.
Otra visita, que no fue comunicada a los medios de comunicación de entonces ni a los vecinos, obviamente, fue para realizar una gestión política. Evita fue traída por su chofer, sin custodia, a la estación de trenes de Temperley.
Por esos días, los trabajadores ferroviarios estaban en un conflicto gremial por reivindicaciones salariales y proyectaban una huelga contra el Gobierno de Perón.
La sorpresa de los delegados gremiales y trabajadores fue mayúscula cuando Evita se presentó ante una asamblea y comenzó a cuestionar los reclamos con un encendido discurso en el andén número 4 de la estación.
La cuarta y última visita de Eva a Lomas ocurrió por un pedido de su colaborador y ex diputado nacional, vecino lomense, Adolfo Bianchi Silvestre.
Evita llegó a Banfield, al cruce de la calle Vieytes y las vías del Ferrocarril Roca, para asistir a la esperada reanudación del servicio de Tranvía de Francisco Siritto, cuyo recorrido llegaba desde ahí hasta las alejadas localidades de Villa Fiorito e Ingeniero Budge.
Seguramente habrá muchos vecinos que recuerdan estas visitas o algunas de ellas porque eran chicos o jóvenes en aquella época. Habrán simpatizado o no con el peronismo, pero lo que es cierto es que la presencia de Evita por Lomas no pasó desapercibida.

El gran Julio Cortázar, ciudadano del mundo y de Lomas de Zamora

Si bien nació en Bélgica y vivió varios años en Europa, el autor de ”Rayuela” pasó su infancia y adolescencia en Banfield. Sus recuerdos se plasmaron en ”Los venenos” y ”Deshoras”.

Nació en Bélgica, pero vivió su infancia en Banfield. Se lo considera uno de los escritores más innovadores y originales de su época. Maestro del relato corto, la prosa poética y la narración breve en general.
Inauguró una nueva forma de hacer literatura en Latinoamérica, rompiendo moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal y donde los personajes adquieren autonomía y profundidad psicológica.
Su obra transitó mágicamente la frontera entre lo real y lo fantástico. Bien, amigos de La Unión, hoy nuestra crónica semanal está dedicada al genial Julio Florencio Cortázar, orgullo de las letras argentinas que en su mundana vida fue vecino de Lomas.
Cortázar nació en Ixelles, distrito de la capital belga Bruselas, el 26 de agosto de 1914. Hijo del diplomático argentino Julio José Cortázar y María Herminia Descotte. Su padre trabajaba entonces en la Embajada Argentina como agregado comercial.
Hacia fines de la Primera Guerra Mundial, la familia pudo pasar a Suiza gracias a la nacionalidad alemana de la abuela materna de Julio. De allí poco después se mudaron a Barcelona, donde vivieron un año y medio. Cuando el pequeño Julio cumplió 4 años, los Cortázar regresaron a la Argentina.
Entonces, a partir de 1918, Julio pasó su infancia hasta la adolescencia en Banfield. Eligieron un barrio parque, con casas amplias y con mucho terreno, tal cual se estaba formando la zona cercana a la estación ferroviaria. La casa estaba ubicada en Rodríguez Peña 585, entre San Martín y Azara.
Con los años, en la esquina de San Martín y Rodríguez Peña, la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) hizo colocar un cartel para indicar la proximidad a la casa en la que vivió Cortázar.
Esto ocurrió porque el actual dueño de la propiedad quería resguardar su privacidad y seguridad ante la segura peregrinación de curiosos y admiradores del escritor. Un dato curioso fue que otro vecino de la cuadra, al enterarse de esto, quiso aprovechar la referencia histórica para ofrecer su casa como el lugar donde vivió Cortázar.
Sin embargo, había demasiados datos para demostrar lo contrario. Su descargo ante las autoridades fue que había comprado la propiedad a un mayor precio pensando que esa era la casa del autor de “Rayuela”. Evidentemente fue engañado en su buena fe o, simplemente, era un avivado.
Julio Cortázar cursó la primaria en la Escuela Provincial N° 10 en Maipú y Belgrano. El edificio luego fue trasladado a Talcahuano 278. Egresó en 1928 con un registro de Promociones que decía: edad, 14 años. Conducta: buena. Destacadas calificaciones en Lectura, Escritura e Idioma.
Excelentes notas en Aritmética y un 10 en Historia. En cambio, sus performances eran discretas en Dibujo, Manualidades y Educación Física. La última ubicación de la escuela fue en Pueyrredón 1840.
En 1997, los escritores y biógrafos de Cortázar (Juan Carlos Talbot, Julio Félix Royano y Luis Yunis), donaron al colegio la puerta de alambre tejido y bastidor de hierro que rescataron de la demolición de la casa familiar de Rodríguez Peña 585. Este patrimonio histórico se colocó en una pared de la Escuela N° 10.
Está en el hall principal, cerca del busto de Julio A. Roca. Justamente este es el prócer designado para nombrar al colegio, referente político de la generación de 1880, ligado al progreso del país para expandir la población a todo su territorio, con los años muy cuestionado por la Campaña del Desierto que acorraló a los indios del Sur.
Fueron muchas las referencias que el propio Cortázar se refirió a su mundana vida, particularmente a su infancia en Lomas. Junto a su madre María Herminia, una tía y su hermana Ofelia, vivió en la casa de Banfield. Esos recuerdos infantiles fueron relatados en “Los Venenos” y “Deshoras”.
En algunos párrafos dio a entender que no fue demasiado feliz. “Mucha servidumbre, excesiva sensibilidad, una tristeza frecuente”, escribió en una carta dirigida a su amiga Graciela M. de Sola, el 4 de noviembre de 1963.
Otra mención a su infancia la dio a la revista mexicana Plural, en 1975: “Pasé mi infancia en una bruma de duendes, de elfos, con un sentido del espacio y del tiempo diferente al de los demás”.
Julio Cortázar fue un niño enfermizo y pasó mucho tiempo en cama, por lo que la lectura fue su gran compañera. Su madre le seleccionaba lo que podía leer, convirtiéndose en la gran iniciadora de su camino de lector, primero, y de escritor después.
En la revista Siete Días, en diciembre de 1973, Cortázar reveló: “Mi madre dice que empecé a escribir a los ocho años, con una novela que guarda celosamente a pesar de mis desesperadas tentati- vas por quemarla”.
Pero nuestro barrio, Banfield, fue apenas una escala en su vida. Bélgica, Suiza, España y Francia completaron sus estadías.
París fue la ciudad donde mayor residencia tuvo, en la que se estableció a partir de 1951, en la que ambientó algunas de sus obras y donde murió el 12 de febrero de 1984.
Muchos de sus cuentos son autobiográficos, como Bestiario, Final de Juego, La Señorita Cora o Los Venenos. Justamente, esta última obra, es donde el genial autor reflejó trazos de su infancia en Lomas.

Villa Galicia, uno de los barrios de Lomas con mayor población

Según el Censo 2010, Lomas es uno de los municipios con más habitantes, después de La Matanza, La Plata y General Pueyrredón. Dentro del Partido, también hay zonas populosas.

De acuerdo al último Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010, Lomas de Zamora es el cuarto municipio más poblado de la Provincia de Buenos Aires, con 613.192 personas.
El primer lugar lo sigue ocupando La Matanza, con 1.772.130 vecinos; La Plata en segundo puesto, con 649.613, y en tercer término el municipio de General Pueyrredón (con la ciudad cabecera de Mar del Plata) con 614.350 vecinos.
Es decir, nuestro partido es uno de los más habitados del principal Estado nacional. Como es costumbre en nuestro espacio semanal, queridos amigos de La Unión, voy a recordar aspectos y datos históricos de cómo se fue formando nuestra “gran aldea” lomense.
Hoy me gustaría contarles el origen de uno de los barrios más populosos del Partido: Villa Galicia. Recién a partir de la primera década del siglo pasado, Villa Galicia se fue convirtiendo en un barrio, ya que originariamente fue apenas un caserío diseminado en pleno campo.
El gran impulso fue cuando se loteó la antigua cancha de golf que pertenecía a los inmigrantes británicos de la zona. Quienes se encargaron de esta tarea fueron los vecinos Juan Lugano y Francisco Amero, quienes ofrecieron los terrenos con amplias facilidades de pago.
El paisaje estaba salpicado por algunas amplias y arboladas quintas como las de Alejo Cabanne, conocido odontólogo de la época, que llegaba desde la calle Sarandí hasta Vicente López.
Hasta el año 1911 funcionó en Lomas Este, donde hoy es Villa Galicia, el hipódromo Lomas Jockey Club, que abarcaba un perímetro entre las calles Sarandí, Cerrito hasta Tercera Arenales (hoy Francisco Amero), general Hornos y la curva de la pista llegaba hasta Viamonte, para finalizar en Balcarce.
Ese año fue trasladado el hipódromo de Lomas a Longchamps y por un incendio, el destino final fue Temperley. En 1910, el recordado Año del Centenario, se realizó allí la celebración del 25 de Mayo con una gran fiesta.
Ese día participaron muchos alumnos de la Sociedad Sportivo Argentina, germen de una similar institución en Lomas. Entre sus impulsores estaban Pedro Tassi, Rufino Pastor, Carlos Pascali y Francisco Amero.
Más tarde se concretó este anhelo con la fundación del club Gimnasia y Esgrima de Lomas, que con los años se transformó en el Club de Pelota de Lomas, actualmente ubicado en la avenida Hipólito Yrigoyen, frente a la Plaza Grigera.
La calle Juncal atraviesa el corazón de Villa Galicia. Originariamente se mezclaban pajonales con las aguas de un arroyo cuyo cauce los chicos del lugar pescaban mojarritas.
En la esquina de lo que es hoy Juncal y Vicente López pasaba el tramo más ancho del curso de agua, que con el tiempo fue canalizado y entubado.
A medida que se fueron loteando y vendiendo los terrenos baldíos, los dueños fueron alambrando y colocando tranqueras para impedir el paso de intrusos.
Un estaqueadero de cueros para exportación dio el impulso para una incipiente industrialización de la zona, a la que había que resguardar de los cazadores furtivos que buscaban liebres y perdices.
Estas medidas dieron lugar a que se llamara “El Seguro” a ese sector y así se la conoció durante muchos años. Fue entonces un grupo de vecinos decidido a fundar una entidad que con el tiempo hizo historia en Villa Galicia, entre quienes estaban los señores Vago, Medana, Lugano, Amero, Gerardo Fernández, Albino Paisán, Andrés Sánchez, José Saavedra, Angel Marino, Andrés Calvi e Isidro Diyorio.
Porque la Sociedad de Fomento de Lomas Sud Este fundada el 14 de febrero de 1915 se levantó en Joaquín V. González 247 e hizo punta en esa barriada.
Fue fundamental para que poco a poco llegara los pasos de piedra, pavimentos, luz eléctrica, alcantarillas, veredas y todo lo que significara progreso.. Como dato anecdótico y muy pintoresco fue durante una visita histórica al país..
El presidente de Brasil, Manuel Ferráz de Campos Salles, llegó a Buenos Aires invitado por su colega argentino, general Julio A. Roca.
En uno de los banquetes que se sirvió para agasajarlo, uno de los platos fue condimentado con arvejas cosechadas en una quinta de Villa Galicia, ubicada por muchos años en Cerrito y Sarandí.
Otra historia curiosa y muy recordada del barrio fue el voraz incendio de la fábrica de jabón y grasa para exportación, que además tenía un enorme galpón para saladero de cueros.
Este hecho ocurrió en el verano de 1908 y las pérdidas de las instalaciones fueron totales, dejando sin trabajo a muchos obreros de Lomas. Sus dueños, Juan Lugano y Francisco Amero, lo cerraron definitivamente.
En fin, amigos, con estas pinceladas de la rica historia barrial, en este caso Villa Galicia, un lugar donde encontraron refugio en las primeras décadas del siglo pasado los inmigrantes españoles y también italianos.
Un barrio donde hoy viven, trabajan y estudian miles de lomenses, formando parte de esta realidad habitacional importante de la provincia. No se olviden, Lomas es el cuarto partido más poblado del Estado bonaerense.

El Tropezón, un almacén con mucha historia en Lomas

Las pulperías también tuvieron en el Distrito protagonismo y suceso. En la esquina de Paso y Tucumán hubo una memorable, de construcción sólida e imponente, demolida en 1960.

Las primeras pulperías que desaparecieron eran urbanas –había más de 300 en esta capital del Virreinato antes de los jubilosos días de Mayo de 1810–, pero unas pocas, afortunadamente, sobrevivieron lejos de la ciudad.
Lugar de encuentros, que cobijaron desde bravuras hasta romances –una canción inmortalizó a la pulpera de Santa Lucía–, consiguieron renombre a expensas de motivos diversos.
Como aquella que, décadas más tarde, enarboló una veleta con perfil de potro y terminó por darle nombre a un barrio porteño: Caballito.
O El Pasatiempo, en Venezuela y Quintino Bocayuva, que visitaban payadores y frecuentaron Gabino Ezeiza y José Betinotti.
Pero la ciudad se propuso otras metas, y las pulperías cayeron bajo la piqueta del progreso edilicio, mientras que las suburbanas y las del interior quedaron marginadas por el trazado de nuevos caminos, pavimentados y urgidos, por donde el turismo ahora pasa indiferente a semejante pasado.
En Lomas de Zamora, también, los almacenes y pulperías también tuvieron protagonismo y suceso. Allí, en ese mismo barrio, que podría ser también la geografía de otros, enclavado en la esquina de las calles Paso y Tucumán, grande para su época y de sólida construcción, se levantaba el almacén El Tropezón, que fuera demolido a fines de 1960, por esa piqueta aliada del progreso e insensible siempre a las tradiciones y al sentimiento de la gente.
Era un verdadero almacén de ramos generales. Tenía tres entradas: una por Tucumán, otra en la misma esquina y la tercera, que daba al despacho de bebidas, por Paso.
Su vereda de ladrillos estaba prácticamente rodeada de palenques y algunas argollas en el piso para que se ataran los caballos y vehículos de los clientes, que a veces se trasladaba desde muy lejos para hacer las compras.
Enfrente existía un amplio terreno que abarcaba desde Castelli y San Juan (hoy José María Penna) hasta Tucumán y en el medio había un ranchito, de piso de tierra, que había pertenecido a un hombre de apellido Gentile que se lo vendió a un tal Abálsamo, último dueño antes de que el predio fuera loteado.
La manzana encerrada entre las calles Tucumán, Paso, Larrea y La Rioja (hoy Almafuerte) perteneció a las familias Portela y Casalins, quienes en el año 1889 la vendieron al señor Rezzano.
Este a su vez la divivió en varios lotes: el de la esquina de Tucumán y Paso fue comprado por Bautista Migliarino, quien construyó el primitivo almacén, pero de chapas.
En 1905 fue transferido a José Regazzoni y en 1914 la compró Franjo y González hermanos. Máximo, Andrés y Camilo fueron quienes le dieron impulso y notoriedad al Tropezón.
Al lado del almacén había un gran galpón construido con las chapas y tirantes de las tribunas de un viejo hipódromo que estaba ubicado en los terrenos de Las Heras y Alvear, a continuación de la quinta Los Leones, hasta la avenida general Rodríguez, en Banfield.
Más allá de la fama de El Tropezón, hubo un hecho policial trágico, muy recordado en Lomas por muchos años. Un hombre joven apareció asesinado de cuatro tiros en una zanja de la calle Paso, frente al almacén.
La Policía nunca pudo esclarecer el hecho y a pesar del paso del tiempo muchos lo recuerdan con un dicho popular: “cuatro tiros y a la zanja”.
El anecdotario popular y barrial también dio por cierto la existencia del hombre perro y del hombre chancho, especie de lobizones que merodeaban la zona de El Tropezón por la noche y la madrugada.
También es recordada la anécdota que un personaje llamado el Pampa Galíndez, con vastos antecedentes de guapo y cuchillero, enlazó a uno de estas “bestias” hasta otro almacén cercano, El Sol de Mayo, ubicado en la esquina de San Martín y Francisco Portela.
Así se aclaró la fábula macabra del hombre perro o chancho: se trataba de un simple ladrón que se valía de semejante fama para aterrorizar a sus víctimas.
El nombre de El Tropezón tiene su explicación: “El Trompe” en la jerga popular se debió a que por sus veredas altas y mal iluminadas por los faroles a kerosene, provoca caídas y golpazos a quienes pasaban por el lugar.
Otros prefirieron restarle asidero a esto y sostener que ese nombre lo llevaban muchos otros negocios y hasta casas de comida como el tradicional El Tropezón de la avenida Callao, en la Ciudad de Buenos Aires.
Hay otra historia muy recordada en ese barrio de Lomas, ocurrida en 1918, en un amplio terreno ubicado en la calle Tucumán y Monteagudo.
Fue una tarde de invierno histórica, la de la fuerte nevada en Buenos Aires, sólo comparable a la que los lomenses disfrutamos hace poco, el 9 de julio de 2007.
Muchos vecinos escucharon el rugido fuerte y seco de un motor en problemas, el de un aeroplano, algo infrecuente en esa época.
El avión volaba bajo, tuvo problemas, y la pericia del piloto logró aterrizarlo sin mayores inconvenientes en la pista improvisada de pasto.
Por suerte no se topo con construcciones, ni vegetación espesa, sino el destino hubiera sido muy diferente. Durante muchos años se recordó a este episodio como “la caída del avión”.
El pequeño aparato quedó semienterrado en la nieve, bastante deteriorado por el golpe, pero con un final feliz para su piloto.

Domingo Cabred, el médico de los locos que le dio nombre a un barrio

Fue un notable vecino lomense que vivió en Temperley y que dedicó su vida a aliviar el sufrimiento de los que perdian la razón. Puso en movimiento la Sanidad Argentina.

La salud mental es como pensamos, sentimos y actuamos cuando lidiamos con la vida. También ayuda a determinar cómo manejamos el estrés, nos relacionamos con otras personas y tomamos decisiones.
Al igual que la salud física, la salud mental es importante en todas las etapas de la vida, desde la niñez y la adolescencia hasta la edad adulta. Mantenerse mentalmente sano no siempre es fácil, especialmente durante tiempos difíciles.
Seguramente esto y mucho más habrá pensado hace un siglo y medio, allá por el 1890, 1900, un notable vecino lomense, el doctor Domingo Cabred, el “médico de los locos”.
En Temperley hay un barrio en Pasco y Almirante Brown que se llama Villa Cabred. El pueblo recuerda que allí existió un hipódromo, que además de carreras de caballos se corrían también de motos y autos, y que esa propiedad pertenecía al doctor Cabred.
¿Quién fue Domingo Cabred? Había nacido en Paso de los Libres, Corrientes, en 1859, y desde estudiante quería aliviar el sufrimiento de los que habían perdido la razón.
Estudió medicina en la Universidad de Buenos Aires, donde se recibió en 1881. Su tesis doctoral fue sobre la “locura refleja”.
Se destacó como psiquiatra, y logró por concurso el cargo de director del Hospicio de la Merced y posteriormente el de profesor titular de Psiquiatría en la Facultad de Medicina.
Fue presidente de la Comisión Asesora de Asilos y Hospitales Regionales y perteneció a la Academia de Medicina. Cabred tenía una frente amplia, con cejas tupidas, ojos vivaces y pómulos salientes.
Se notaban sus bigotes caídos, que denotaban raigambre francesa. Clemenceau, en 1910, pocos años antes de asumir la Oresidencia del gobierno de Francia, hizo una visita a la Colonia de Open Door, que había fundado Cabred.
Dijo que habría que sumar una sección para cuerdos, para que pudiesen gozar de la vida que se le brindaba ahí a los locos. Esta colonia, cerca de Luján, había sido inaugurada en 1901.
Los locos, por primera vez en Latinoamérica, extraídos de celdas y mazmorras, habían sido reunidos en una comunidad organizada y vivían una utopía que “al decir de Cantón, sólo habrían podido entrever entre los celajes de sus delirios sistematizados”.
Cabred fue el precursor que puso en movimiento la Sanidad Argentina y comprendió que la atención médica de los enfermos crónicos en nuestro país debía ser encarada racionalmente, con espíritu humanístico y sentido nacional.
Con ese concepto se dedicó de lleno a los enfermos psiquiátricos, tuberculosos, alcohólicos, deficientes mentales, leprosos, entre otros.
Comprendió el significado social de sus iniciativas, dedicó su vida a la enseñanza médica educacional y a llevar a cabo esta tarea. El 26 de julio de 1926, por iniciativa del doctor Cabred, el Congreso de la Nación sancionó la ley 4953, creando la Comisión Asesora de Asilos y Hospitales Nacionales, que presidió él mismo hasta su muerte, en 1929.
Esta ley iba a solucionar un grave problema hospitalario del país que se producía por la insuficiencia de establecimientos y el hacinamiento que tenían que soportar los enfermos.
Aunque Cabred vivía en la calle Pueyrredón en Buenos Aires, cuando venía el verano se trasladaba con su familia a la quinta que tenía en Temperley y que había comprado en 1907.
Estaba casado con Lía González Cháves, quien fue su compañera de toda la vida y su gran colaboradora. Tuvieron 3 hijos: Domingo, Lía Salomé y Jacinto.
El doctor Esteves Balado, que fue varias veces presidente de la Academia Nacional de Medicina, dijo que el doctor Domingo Cabred junto con el doctor José Antonio Esteves y Borda, arrancaron a la psiquiatría, relegada lejos de otras especialidades.
Además, destacó que tanto Cabred como Esteves se preocuparon por mejorar la situación de los hospitales de alienados, que hasta entonces eran simples depósitos de enfermos.
En 1928, al asumir un nuevo gobierno nacional, un colega que Cabred había separado de sus funciones por cuestiones éticas y profesionales, asumió un importante cargo en Salud Pública.
Una de sus primeras medidas fue disolver la Comisión Asesora, que había sido el instrumento utilizado por Cabred para realizar por 23 años su labor sanitarista.
La Universidad bautizó con su nombre el Instituto de Psiquiatría que él mismo fundara y el Gobierno nacional impuso su nombre a la Colonia Nacional de Alienados, que era su obra primogénita y que se había convertido en el ejemplo de América.
En fin, amigos de “La Unión”, como en otros contactos semanales, hoy pudimos recorrer la historia de un gran profesional, un destacado médico que también supo dejar grandes recuerdos con su paso por nuestra comunidad.
Y como otros notorios vecinos, el municipio de Lomas lo honró con nombrar a una calle y un barrio de Temperley con su apellido.

Francisco Meeks, aquel pionero que nos dejó una gran avenida

El inmigrante norteamericano cedió un sector de su quinta para construir la calle que conectaría Lomas y Temperley. Además, financió de su bolsillo parte del adoquinado.

En varias oportunidades les conté algunos hechos que ayudaron a formar la historia de nuestra querida ciudad.
Muchos de ellos tenían que ver con anécdotas, lugares, instituciones y pioneros de Lomas de Zamora.
Hoy quiero retomar este apasionante sendero que nos lleva a descubrir o enterarnos de cómo comenzaron a gestarse algunos hitos de identidad. Es el caso de conocer, por ejemplo, por qué una calle o avenida de Lomas se llama así.
Obvio, más allá de los próceres que todos conocemos de estudiar la historia argentina. Aunque muchos de ustedes seguramente la transitan a diario, ya sea porque viven cerca, estudian o trabajan en su zona de influencia, hay una avenida céntrica que no es muy extensa, pero que recorre un trayecto vital en el pulso de nuestro barrio: la avenida Meeks.
Son pocas cuadras, sí, las que unen a las estaciones ferroviarias de Lomas y Temperley, pero que en esa distancia incluye una zona comercial importante.
También están ubicadas instituciones sociales y educativas, lugares de diversión y residencias de categoría. Ahora bien, ¿por qué esta avenida se llama Meeks? Así se la denominó en homenaje al ciudadano norteamericano Francis Joseph Meeks, de descendencia irlandesa y emparentado con George Rogers Clark, uno de los firmantes del acta de independencia estadounidense.
Francis Meeks llegó a la Argentina en 1840 y puso un estudio fotográfico junto a John Kelsey en Esmeralda 44, en la ciudad de Buenos Aires.
Entre sus mejores logros figura un daguerrotipo de José Hernández, autor del Martín Fierro, de cuerpo entero, cuando tenía 20 años. Meeks se casó y tuvo tres hijas: Clementina, Rosario y Lila; y un hijo, Francisco José, que posteriormente se casó con Josefina Casalins y vivió en Lomas en su quinta “Paradise Grove”.
Su esposa pertenecía a una de las familias destacadas de Chascomús, que a su vez tenían lazos familiares con otras de Lomas.
En esa época, Francisco Meeks era el dueño de la cabaña Santa María, para la cual en 1888 importó 22 vacas Hereford por valor de $ 1.000 cada una.
En enero de 1885 fue nombrado Tesorero de la Municipalidad de Lomas de Zamora y ese mismo año la comuna lo declaró inepto para el servicio militar como era costumbre entre la gente acomodada de la época.
Un mes más tarde renunció a su cargo, pero al año siguiente fue electo presidente de la Municipalidad. Debido a las dificultades que existían para comunicarse entre Lomas de Zamora y Temperley por las quintas de Meeks y del Arca, deciden ceder el sendero paralelo a las vías del tren a la Municipalidad.
El temperamento fuerte y personalista de Meeks, que intentó gobernar sin mayor injerencia del Concejo Municipal, produjo enfrentamientos que luego lo llevaron a renunciar.
Hasta ese momento, como la Municipalidad no había abierto la calle, Meeks propuso ceder 17 metros de ancho del sendero y financiar por su cuenta el adoquinado al frente de sus quintas, corriendo el resto a cargo de los vecinos y la Comuna.
Se cerró el acuerdo y la Municipalidad se comprometió a barrer y colocar 12 metros de plantas de acacia y darle preferencia a esta calle si en el futuro llegaba el servicio de tranvía.
Pero la condición más importante para Meeks era que la calle llevara su apellido. Así fue nomás. Esta fue la primera arteria vial adoquinada de Lomas y desde entonces, todos los sábados, fue el lugar de paseo obligado entre Lomas y Temperley durante muchos años.
Existe un dato curioso y jugoso para quienes leen este diario: el 12 de abril de 1897, “La Unión” publicó: “La avenida Meeks estuvo poco concurrida debido a la baja temperatura.
La banda de música no concurrió. Pocos carruajes. La estación en la noche estuvo bastante concurrida, aunque se notaban los claros dejados por las familias que se ausentaban a la capital y las que, por temor al frío, no concurrieron”.
Meeks fue un hombre inquieto y polémico. Pionero, emprendedor, pero también contradictorio y audaz. Se podrá considerarlo o no, pero debido a lo que hizo en Lomas es difícil ser indiferente.
Murió a los 87 años, en 1946, en la pobreza. Con el tiempo fue perdiendo su patrimonio y sus últimos años fueron muy duros.
Ante esta penosa situación, el diputado Lucino gestionó y logro aprobar un importante subsidio de $ 20 millones para que pudiera sobrellevar sus penurias económicas.
En fin, amigos de La Unión, espero que hayan disfrutado este recuerdo de uno de los hombres que marcaron nuestra historia barrial.